martes, 14 de junio de 2016

Raíces bíblicas y Evolución de la teología pastoral




 HISTORIA.

 En el Evangelio encontramos el fundamento de la misión pastoral de la Iglesia: Cristo, antes de volver al Padre, transmite a Pedro y a los demás Apóstoles la misión de apacentar a sus ovejas, de instruirlos en su doctrina y de administrar los sacramentos por El instituidos (v. IGLESIA I, 2). En él encontramos también el relato de la acción pastoral de Cristo, que constituye el modelo, el ejemplo y la luz que orientan toda la acción práctica y la obra escrita de sus discípulos en el ejercicio de la misión recibida. En los Hechos de los Apóstoles y en las Epístolas escritas por los Apóstoles mismos, encontramos el testimonio de cómo se preocuparon en transmitir íntegro el legado del Maestro, enseñando su doctrina según la diversidad de personas a las que se dirigen en cada caso. Naturalmente, sería ingenuo pensar que la predicación y la labor de los Apóstoles haya quedado sistematizada en un tratado; pero es evidente que en sus Epístolas se estructuran de modo neto los temas centrales de la figura y misión del sacerdote con los distintos fieles, tal como debe ser siempre en la Iglesia.

Los sucesores de los Apóstoles realizaron su tarea en los más variados ambientes; y la predicación de la misma fe y la administración de los mismos sacramentos fue llegando a todos los ambientes de la tierra. De este esfuerzo por hacer vivir la vida cristiana y defender a los fieles del error en las más dispares circunstancias, surge un ejemplo de actividad pastoral, así como numerosos escritos, no sólo con frecuencia eminentemente pastorales, sino en los que se tratan expresamente muchas cuestiones de Teología pastoral. Por esa -como se dice en i- consideramos un error identificar la historia de la T. p. con su historia como disciplina autónoma. En la exposición que sigue, que comenzaremos con la época patrística, daremos una visión, obviamente muy somera, de la presencia de lo pastoral a lo largo de esos siglos; como podrá verse, en ocasiones se trata de una presencia de temas y preocupaciones pastorales, en otras encontramos ya verdaderos intentos de sistematización científica.

2. Época patrística. La obra de los Padres apostólicos está llena de temas pastorales: S. Ignacio de Antioquía (v.) explica la necesidad de que todos permanezcan unidos a su obispo, tanto en la doctrina como en materia disciplinar; S. Clemente Romano (v.) indica de un modo muy didáctico y preciso los deberes morales del cristiano; el Pastor de Hermas (v.) es particularmente rico en transmitirnos elementos de la práctica de la Penitencia. En general, se puede decir que la literatura cristiana de esta época tiende a un ferviente ascetismo, fruto de la íntima unión a Cristo.

En el s. II son frecuentes las luchas en el campo teológico: paganismo, judaizantes, gnósticos, montanismo, etc. Los Padres de este siglo aparecen más bien como defensores de la fe; pero, en ocasión de esta defensa, salen a relucir en sus obras muchos aspectos de su labor pastoral. Así, S. Justino (v.) describe las reuniones cristianas en torno a la Eucaristía y al Bautismo; S. Ireneo (v.) recuerda que la verdadera enseñanza de la Iglesia es la recibida por tradición ininterrumpida de los Apóstoles, y que viene impartida por los pastores actuales, etc.

En el s. III se desarrollan las escuelas catequéticas: Clemente (v.), segundo director de la de Alejandría, en El Pedagogo presenta al Verbo como educador de las almas, y en sus escritos está siempre presente el aspecto educativo y moral como momento central de la enseñanza. Orígenes (v.) -aparte de su personal actividad pastoral: a decir de su biógrafo, predicaba casi a diario y se conservan más de 200 homilías-, en su vasta bibliografía, trata de abundantes temas pastorales, aparte de los fundamentos de una Teología espiritual desarrollada. En las obras de S. Cipriano (v.) encontramos no tanto un teórico de la doctrina, sino un pastor de almas cuya principal preocupación es conducir la grey a la práctica de la virtud: en esa línea se mueven todos sus escritos.

La época llamada de esplendor patrístico (s. IV y V) marca también un impulso en el estudio de los problemas de la T. p., que viene fomentado por las numerosas conversiones -tanto en estratos sociales elevados como en las masas campesinas- y las grandes controversias trinitarias y cristológicas, que exigieron de los pastores todo su celo e interés para evitar que se deformara la fe de los fieles. En esta época adquiere un gran desarrollo, junto a las homilías y los tratados, el género epistolar: las cartas -personales o circulares- se utilizan para confirmar en la doctrina, resolver problemas concretos, anunciar alguna solemnidad, exhortar la práctica de virtudes, etc. Por su importancia destacan S. Atanasio (v.), los Capadocios (v.), en particular S. Gregorio Nacianceno (v.) con su De sacerdotiis; S. Ambrosio (v.) con su De officciis ministrorum, S. Juan Crisóstomo (v.) con el De sacerdotüs y S. Agustín (v.) con diversas obras (baste citar el De doctrina cristiana, De moribus clericorum, De catechizandis rudibus, etc.).

El fin de la patrística está dominado por los nombres de S. León Magno (v.), S. Juan Damasceno (v.) y, especialmente, S. Gregorio Magno (v.), que en medio de una intensa actividad pastoral escribió uno de los primeros libros dedicados exclusivamente al ejercicio de la actividad pastoral: el Liber regulae pastoralis, donde pone de relieve la dignidad y género de vida propios de los pastores, e indica las reglas de predicación y dirección que deben tenerse presentes según las peculiares condiciones de los fieles.

3. Edad Media. En esta época, los grandes continuadores de los Padres, al intentar una sistematización de la enseñanza cristiana, no dejaron fuera el aspecto pastoral. Para no recargar la exposición, nos referiremos sólo a tres nombres clave: S. Bernardo, S. Buenaventura y S. Tomás de Aquino.

La mayor parte de la obra de S. Bernardo (v.) la constituyen sus Sermones, de los que se conservan más de 330, siendo un modelo de predicación; también escribió más de 500 cartas sobre temas disciplinares, teológicos, ascéticos, deberes de los fieles, etc. Es justo destacar el opúsculo De officüs episcoporum y el De consideratione. Es un místico que se apoya en un sólido ascetismo; preocupado por conducir las almas a Dios, insiste en la necesidad de progresar continuamente en la perfección (v.), a la que están llamadas todas las almas.

Aunque su bibliografía oratoria -conferencias y sermones- es extensa, S. Buenaventura (v.) es de una tendencia menos práctica que S. Bernardo; sin embargo, supo dar a toda la obra teológica una impronta espiritual o mística, ya que para él la primera finalidad de la Teología era la mejora personal en el camino de la santidad. Entre sus obras merece citarse el De regimine animae. Summa confesionalis.

Como en los otros campos de la Teología, S. Tomás (v.) representa un momento cumbre que siempre tiene actualidad; entre sus enseñanzas recordemos sus afirmaciones sobre la necesidad de que la predicación sea reflejo de la contemplación y oración personales («contemplata aliis tradere»). No faltan, por lo demás, entre sus obras algunas escritas con una finalidad pastoral: atajar algún error, ilustrar algún punto de doctrina, etc.; mencionemos sus comentarios a los Diez Mandamientos, Ave María, Pater Noster y Credo.

El nacimiento de escuelas teológicas contrapuestas, el voluntarismo y el nominalismo, marcan una cierta decadencia en los estudios en los s. XIV y XV: en lugar de los problemas básicos de la Teología, el interés se centra en las opiniones de escuela; los estudios fundamentados en la Revelación dan paso a recetarios prácticos con poca o ninguna hondura teológica; se produce una cierta laguna en la formación sacerdotal, que repercute sobre la que reciben los fieles.

4. Edad Moderna. La reacción católica contra la decadencia del Bajo Medievo y la herejía protestante se hace particularmente importante en el Conc. de Trento (v.). Además de las definiciones dogmáticas, se emanaron decretos disciplinarios sobre enseñanza de la doctrina, deberes y derechos de los obispos y sacerdotes, creación de seminarios, revisión del Misal y Breviario, etc. La preocupación por una enseñanza adecuada de la fe culmina con la publicación del Catecismo romano por S. Pío V (v.) en 1566, que aparte de un resumen hondo y fundamentado de la catequesis cristiana, es, por las instrucciones que da y por su orientación misma, un tratado de los deberes del pastor de almas en lo que se refiere a la predicación catequística. En los años posteriores a la reforma tridentina encontramos una serie de pastores -S. Carlos Borromeo (v.), S. Juan de Ribera (v.), S. Tomás de Villanueva (v.), etc- que encarnan la figura del obispo tal y como el Concilio la había delineado y que han constituido un modelo para los siglos posteriores. Deben ser también mencionados, por su hondo influjo en la praxis pastoral, S. Ignacio de Loyola (v.), S. Juan de Ávila (v.), S. Pedro Canisio (v.) y, ya en una época algo posterior, S. Francisco de Sales (v.).

En los s. XVII y XVIII se observa un importante y siempre más vivo esfuerzo pastoral: las misiones (v.) se multiplican con renovado fervor, se fundan nuevas órdenes y congregaciones religiosas con objeto de atender necesidades específicas, y proliferan los devocionarios y libros de oración. Destaca S. Alfonso M. de Ligorio (v.) con su Homo apostolicus. Pero a la vez se infiltran desviaciones como el jansenismo (v.), el cesaropapismo (v. GALICANISMO; JOSEFINISMO) y el racionalismo (v.). Es en este contexto -tránsito del s. XVIII al s. XIX- en el que nace la disciplina de la T. p., como materia a se; puede fijarse la fecha: 3 oct. 1774, por un decreto de la emperatriz María Teresa de Austria (v.); empezó a enseñarse en 1777.

A pesar de los límites que tenía ese intento, tuvo gran eco, y a partir de esa fecha vemos multiplicarse los manuales de Teología pastoral. Uno de los primeros que se escriben en España es el titulado Instituciones de Teología pastoral (Madrid 1805), del agustino Lorenzo Antonio Marín. Entre otros muchos que sería prolijo mencionar, citemos el Manuale pratico del parocho novello (Novara 1863) de G. Frassinetti, el Tesoro del sacerdote (Barcelona 1861) del jesuita J. Bach, los Apuntes para el régimen de la diócesis de S. Antonio María Claret (v.), etc. Paralelamente encontramos el intento de los autores de la escuela de Tubinga (v.), sobre cuyo sentido y límites ya nos hemos pronunciado al exponer antes la finalidad y objeto de esta disciplina (v. I, 2); las obras más importantes en esa línea fueron: J. M. Sailer, Vorlesungen aus der Pastoraltheologie (3 vol., 1788-89); A. Graf, Kritischen Darstellung des gegenwárigen Zustands der praktischen Theologie (1841); J. Amberger, Pastoraltheologie (3 vol., 1850-57).

Por otra parte, los diversos intentos de revitalización de la escolástica, y especialmente la vuelta a S. Tomás, con todo lo que eso suponía de recuperación de una visión unitaria del saber teológico, produjo frutos también en este campo; debe ser citado sobre todo el profesor de Friburgo A. StoIz con su Kalendar f ür Zeit und Ewigkeit (1858-84). En el terreno de la práctica pastoral tiene especial relieve S. Juan María B. Vianney (v.), cuya vida y labor han quedado como modelo de la actividad sacerdotal (cfr. Juan XXIII, Enc. Sacerdotii nostri primordía, 1 ag. 1963).

5. Epoca actual. La vasta acción de los Pontífices posteriores al Conc. Vaticano I encaminada a vitalizar la formación y la acción pastoral -baste recordar de modo particular a S. Pío X (v.)- culmina con la entrada en vigor del Código de Derecho Canónico en 1918, que recoge y sistematiza la legislación anterior sobre los deberes pastorales de los obispos, sacerdotes, etc., y establece que en los Seminarios (v.) se imparta la enseñanza de la T. p. «con ejercicios prácticos especialmente sobre la manera de enseñar el catecismo a los niños o a otros, de oír confesiones, de visitar a los enfermos y de asistir a los moribundos» (CIC, can. 1.365). La Const. Deus Scientiarum Dominus (1931) da ulterior vigor a esas enseñanzas. Posteriormente otros documentos pontificios recalcan el deber del estudio de la T. p.: cfr. p. ej., la Const. Sedes sapientiae (1956), la creación del Instituto Pontificio Pastoral por la Const. Ad uberrima (1958), etc. Esta acción del Espíritu Santo en promover nuevos caminos de santidad y acercamiento a Dios ha cristalizado en los documentos del reciente Conc. Vaticano II (v.): sabido es que ha querido ser un concilio eminentemente pastoral, cosa que por otra parte se puede deducir del tenor de sus documentos. Resta ahora, como sucedió después de Trento y del Vaticano I, un serio esfuerzo para que la doctrina de la fe conserve su plenitud de sentido, de forma que llegue al espíritu y al corazón de todos los hombres a quienes va dirigida (cfr. Paulo' VI, Ex. Ap. Quinque ¡am anni, dirigida a los obispos con ocasión del 5° aniversario de la clausura del Conc. Vaticano II, 8 dic. 1970: AAS 63, 1971, 97-106).


En el terreno de la elaboración científica encontramos continuadores de las diversas tendencias ya señaladas en el s. XIX, con intentos por desgracia no siempre acertados. Tal es, a nuestro juicio, p. ej., el de H. Schuster (formado en la escuela de K. Rahner, v., y uno de los principales colaboradores del Handbuch der Pastoraltheologie, 5 vol., Friburgo 1964 ss.), que, insistiendo en la referencia a la praxis concreta que es consustancial a la T. p., acaba en realidad subordinándola a la actualidad inmediata y, por tanto, a los estudios de tipo sociocultural. No es por esa línea, a nuestro parecer, como puede venir un crecimiento de la T. p., sino más bien por el de una profundización en la doctrina revelada, de modo que el anuncio de la salvación se realice «no con palabras persuasivas de humana sabiduría» (1 Cor 2,4), sino con «la palabra de Dios que es viva y eficaz, y más penetrante que espada de dos filos» (Heb 4,12). V. t.: IGLESIA III, 6; PASTORAL, ACTIVIDAD.








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