sábado, 9 de julio de 2016

Perfiles de la Iglesia según Hans Urs von Balthasar


Perfiles de la Iglesia

Tomando como base el desarrollo de la experiencia de la Iglesia primitiva, von Balthasar habla de cinco principios que constituyen la estructura fundamental de la Iglesia: el principio petrino, el principio paulino, el principio joánico, el principio jacobeo y el principio mariano que los abarca a todos.

El principio petrino es el más conocido: trae a la mente la figura de Pedro. A partir de la lectura del evangelio, de los Hechos de los Apóstoles y de las cartas de Pedro, von Balthasar señala la figura de Pedro relacionándola con la proclamación del kerigma y con su realización concreta en la vida cristiana. La continuación de la misión de Pedro tiene que ver con el Credo predicado de manera ordenada en todo el mundo, a través del ministerio pastoral.

El principio paulino está vinculado al carácter misionero de Pablo, el apóstol de los gentiles, el que se convirtió en cristiano por pura gracia, sin méritos ni obras, rompiendo irremediablemente con el pasado. Podemos ver como continúa la misión de Pablo en la irrupción desde lo alto, imprevista y siempre nueva, de nuevos carismas en la historia de la Iglesia. Es un principio profético y celeste, en el que están implicados los grandes carismas misioneros, las grandes conversiones, las grandes visiones derramadas sobre la Iglesia a través de palabras dictadas por el Espíritu. Se pone el acento en la extensión y en la estructura vertical de la Iglesia. Los grandes carismas derivan de la Jerusalén celeste y se da testimonio de ellos con las palabras y con la vida. Sobre esta base se pone de manifiesto la libertad en el Espíritu Santo, si bien la sumisión a Pedro es signo de la autenticidad de las misiones. La tradición paulina infunde en la Iglesia la visión y la certeza de la salvación a través de su dimensión carismática.

El principio joánico es aquel en el que von Balthasar ve reflejada gran parte de su obra. Juan es el discípulo predilecto, el evangelista del mandamiento nuevo. Von Balthasar considera la misión de Juan como una misión de unidad que continúa. Sintetiza los elementos petrinos y paulinos combinándolos con una visión contemplativa. Encarnan esta dimensión de la Iglesia todos los que viven los consejos evangélicos y tienen por misión el amor contemplativo: comunican el mensaje de que con el amor todo es posible.

El principio jacobeo se basa en Santiago, hermano del Señor, que parece haber ocupado el lugar de Pedro cuando éste dejó Jerusalén (Hch 12, 17). En el Concilio de los apóstoles fue el promotor de la moción decisiva para la reconciliación entre cristianos judíos y gentiles (Hch 15, 13-21). Pero representa sobre todo la continuidad entre la Antigua Alianza y la Nueva, representa a la Tradición, la legitimación de la letra de la ley contra un puro espiritualismo. Es la dimensión de la Iglesia que afirma el sentido histórico de las cosas, la continuidad, la Tradición, el derecho canónico. Este principio está personificado en aquellos que tienen la misión de recordarnos que es necesario estar anclados en la experiencia primera y que es importante volver a los orígenes de nuestra historia cristiana para encontrar nueva luz que nos permita seguir adelante.

El principio mariano afirma que María es el modelo de la fe para todos los miembros de la Iglesia.
Los fundamentos de este principio se apoyan en la lógica trinitaria que nos manifiesta el inefable misterio de Dios que se nos ha revelado en Cristo. “Él nos ha dado a conocer sus planes más secretos, los que había decidido realizar en Cristo” (Ef 1, 9), lo que “había decidido realizar en la plenitud de los tiempos”, que no es otra cosa que “recapitular en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Ef  l,10). En los escritos de von Balthasar, María es una explicación de este misterio de amor y es el modelo de nuestro encuentro con el misterio de Dios revelado en Jesucristo.

Jesús, en su vida, se rodeó de una “constelación” humana compuesta por María, por Pedro, por los apóstoles, por las hermanas de Betania, etc. Todos representan las distintas misiones de la Iglesia, que se perpetúan en su camino histórico.

“Pedro, en la comunidad pascual y pentecostal, reconocería, como los demás apóstoles, a María como la madre del Señor por su docilidad a la gracia y a su respuesta a la voluntad de Dios. Mientras María, acompañando a la Iglesia naciente, vería en Pedro al discípulo a quien su hijo dio las llaves del Reino de los cielos. Para María Pedro es el punto de referencia, en quien “hacer unidad” hasta el final. Para Pedro, en cambio, la referencia es María, porque ella además de Madre, es el “deber ser” de toda la Iglesia. Y ninguno de los dos se equivocan”1.

La característica que aporta María es que Ella es “prototipo” de la Iglesia, “modelo” suyo, desde el comienzo de su misión, es decir, desde el acontecimiento de la Anunciación. “María precede a todos los demás y, obviamente, al mismo Pedro y a los apóstoles”2. “El perfil mariano es anterior al petrino  … y es más alto y preeminente, más rico en implicaciones personales y comunitarias”3. El principio mariano es, en distintos aspectos, más fundamental que el principio petrino. De hecho el principio mariano antecede al petrino. Esto significa que ser creyente es más importante que desempeñar un ministerio en la Iglesia.

Esta novedad mariológica está fundamentada en la doctrina del Concilio Vaticano II y es uno de los aportes más significativos para la renovación de la Iglesia. En el documento conciliar Lumen Gentium, la Iglesia, a través de la voz de los padres conciliares, “se propone declarar con mayor precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión”. En dicho documento se describe a la Iglesia como “Pueblo de Dios” (9) o “muchedumbre reunida en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (4). En el capítulo VIII del mismo documento, dedicado íntegramente a María, se proclama a María “miembro sobreeminente y del todo singular”(53), “prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad” (53) de esa muchedumbre de creyentes que constituye la Iglesia.

Cuando el capítulo VIII de la Lumen Gentium afirma que María es “prototipo” y “modelo” de la Iglesia significa que ella es el modelo de cada uno de los miembros que constituyen la “muchedumbre de creyentes”. El “sí” de María a Dios es el acto de amor perfecto que la humanidad ya ha dado a Dios. La vida de la Iglesia continúa y actualiza el "sí" de María a Dios, y “se manifiesta sobre todo en la santidad del amor y en la vida evangélica del creyente”4. Para la cristiandad el encuentro con el Misterio del amor implica la conversión al amor.

La explicación de la estructura organizativa de la Iglesia se describe mediante el principio petrino que fundamenta la unidad institucional. La relación de Pedro con Jesús en los inicios de la comunidad eclesial, en la fundación de la Iglesia, pone de manifiesto el deseo de Jesús de que Pedro sea quien presida en la caridad y sea el centro de la unión de todos.

“El perfil petrino lo viven hoy el Papa y todo el colegio apostólico, con la ayuda de los presbíteros y de los diáconos, dóciles a la acción del Espíritu, que dirige a través de ellos la nave de la Iglesia” 5.

La explicación de la esencia de la Iglesia destaca el principio mariano que describe los fundamentos en los que se apoya la santidad de la Iglesia.

El perfil mariano, lo viven todos los fieles, todos los carismas, todos los profetas, todo el amor que se derrama en el mundo cuando se vive la Palabra, sin recortes ni compromisos, y cuando se deja actuar al Espíritu para que mueva los corazones de los fieles. No son dos polos en tensión, dos aspectos a equilibrar, o dos realidades dialécticas. No, son dos rostros concretos, que se quieren, que se sirven, que se necesitan, y que se miran en la única mirada del Señor, que ha dado la vida por ellos, y por quien también ellos están dispuestos a dar la vida. El mundo intenta arrancárselos a la Iglesia, para que sea una estructura de poder más, sin María; o para que sea una corriente de entusiasmo a la deriva, sin Pedro. Pero ninguno de los dos faltarán jamás”6.

La relación de María con Jesús en los inicios de la comunidad pone de manifiesto que María realiza el acto de comunión más perfecto con los planes de Jesús al aceptar hacer su voluntad. El “sí” de María constituye una Alianza. Este es el motivo por el que podemos hablar de “rostro mariano” refiriéndonos a los carismas y a la santidad de la Iglesia.


Las resonancias que tiene en la vida de la Iglesia la función de María así comprendida son numerosas: ella es el modelo para la vida del cristiano; es el prototipo que puede contemplar la mujer para encontrar el lugar que le corresponde en la Iglesia; es el “estilo” de los movimiento eclesiales. María es, además, el camino que conduce al ecumenismo y al diálogo interreligioso, es la que puede hacer que el cristianismo supere el riesgo imperceptible de volverse inhumano y que la Iglesia supere el riesgo de volverse funcionalista, sin alma.