lunes, 11 de julio de 2016
sábado, 9 de julio de 2016
Perfiles de la Iglesia según Hans Urs von Balthasar
Perfiles de la Iglesia
Tomando como base el desarrollo de la experiencia de la
Iglesia primitiva, von Balthasar habla de cinco principios que constituyen la
estructura fundamental de la Iglesia: el principio petrino, el principio
paulino, el principio joánico, el principio jacobeo y el principio mariano que
los abarca a todos.
El principio petrino es el más conocido: trae a la mente la
figura de Pedro. A partir de la lectura del evangelio, de los Hechos de los
Apóstoles y de las cartas de Pedro, von Balthasar señala la figura de Pedro
relacionándola con la proclamación del kerigma y con su realización concreta en
la vida cristiana. La continuación de la misión de Pedro tiene que ver con el
Credo predicado de manera ordenada en todo el mundo, a través del ministerio
pastoral.
El principio paulino está vinculado al carácter misionero de
Pablo, el apóstol de los gentiles, el que se convirtió en cristiano por pura
gracia, sin méritos ni obras, rompiendo irremediablemente con el pasado.
Podemos ver como continúa la misión de Pablo en la irrupción desde lo alto,
imprevista y siempre nueva, de nuevos carismas en la historia de la Iglesia. Es
un principio profético y celeste, en el que están implicados los grandes
carismas misioneros, las grandes conversiones, las grandes visiones derramadas
sobre la Iglesia a través de palabras dictadas por el Espíritu. Se pone el
acento en la extensión y en la estructura vertical de la Iglesia. Los grandes
carismas derivan de la Jerusalén celeste y se da testimonio de ellos con las
palabras y con la vida. Sobre esta base se pone de manifiesto la libertad en el
Espíritu Santo, si bien la sumisión a Pedro es signo de la autenticidad de las
misiones. La tradición paulina infunde en la Iglesia la visión y la certeza de
la salvación a través de su dimensión carismática.
El principio joánico es aquel en el que von Balthasar ve
reflejada gran parte de su obra. Juan es el discípulo predilecto, el
evangelista del mandamiento nuevo. Von Balthasar considera la misión de Juan
como una misión de unidad que continúa. Sintetiza los elementos petrinos y
paulinos combinándolos con una visión contemplativa. Encarnan esta dimensión de
la Iglesia todos los que viven los consejos evangélicos y tienen por misión el
amor contemplativo: comunican el mensaje de que con el amor todo es posible.
El principio jacobeo se basa en Santiago, hermano del Señor,
que parece haber ocupado el lugar de Pedro cuando éste dejó Jerusalén (Hch 12,
17). En el Concilio de los apóstoles fue el promotor de la moción decisiva para
la reconciliación entre cristianos judíos y gentiles (Hch 15, 13-21). Pero
representa sobre todo la continuidad entre la Antigua Alianza y la Nueva,
representa a la Tradición, la legitimación de la letra de la ley contra un puro
espiritualismo. Es la dimensión de la Iglesia que afirma el sentido histórico
de las cosas, la continuidad, la Tradición, el derecho canónico. Este principio
está personificado en aquellos que tienen la misión de recordarnos que es
necesario estar anclados en la experiencia primera y que es importante volver a
los orígenes de nuestra historia cristiana para encontrar nueva luz que nos
permita seguir adelante.
El principio mariano afirma que María es el modelo de la fe
para todos los miembros de la Iglesia.
Los fundamentos de este principio se apoyan en la lógica
trinitaria que nos manifiesta el inefable misterio de Dios que se nos ha
revelado en Cristo. “Él nos ha dado a conocer sus planes más secretos, los que
había decidido realizar en Cristo” (Ef 1, 9), lo que “había decidido realizar
en la plenitud de los tiempos”, que no es otra cosa que “recapitular en Cristo
todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (Ef l,10). En los escritos de von Balthasar,
María es una explicación de este misterio de amor y es el modelo de nuestro
encuentro con el misterio de Dios revelado en Jesucristo.
Jesús, en su vida, se rodeó de una “constelación” humana
compuesta por María, por Pedro, por los apóstoles, por las hermanas de Betania,
etc. Todos representan las distintas misiones de la Iglesia, que se perpetúan
en su camino histórico.
“Pedro, en la comunidad pascual y pentecostal, reconocería,
como los demás apóstoles, a María como la madre del Señor por su docilidad a la
gracia y a su respuesta a la voluntad de Dios. Mientras María, acompañando a la
Iglesia naciente, vería en Pedro al discípulo a quien su hijo dio las llaves
del Reino de los cielos. Para María Pedro es el punto de referencia, en quien
“hacer unidad” hasta el final. Para Pedro, en cambio, la referencia es María,
porque ella además de Madre, es el “deber ser” de toda la Iglesia. Y ninguno de
los dos se equivocan”1.
La característica que aporta María es que Ella es “prototipo”
de la Iglesia, “modelo” suyo, desde el comienzo de su misión, es decir, desde
el acontecimiento de la Anunciación. “María precede a todos los demás y,
obviamente, al mismo Pedro y a los apóstoles”2. “El perfil mariano es anterior
al petrino … y es más alto y
preeminente, más rico en implicaciones personales y comunitarias”3. El
principio mariano es, en distintos aspectos, más fundamental que el principio
petrino. De hecho el principio mariano antecede al petrino. Esto significa que
ser creyente es más importante que desempeñar un ministerio en la Iglesia.
Esta novedad mariológica está fundamentada en la doctrina del
Concilio Vaticano II y es uno de los aportes más significativos para la
renovación de la Iglesia. En el documento conciliar Lumen Gentium, la Iglesia,
a través de la voz de los padres conciliares, “se propone declarar con mayor
precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión”. En dicho documento
se describe a la Iglesia como “Pueblo de Dios” (9) o “muchedumbre reunida en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (4). En el capítulo VIII del
mismo documento, dedicado íntegramente a María, se proclama a María “miembro
sobreeminente y del todo singular”(53), “prototipo y modelo destacadísimo en la
fe y caridad” (53) de esa muchedumbre de creyentes que constituye la Iglesia.
Cuando el capítulo VIII de la Lumen Gentium afirma que María
es “prototipo” y “modelo” de la Iglesia significa que ella es el modelo de cada
uno de los miembros que constituyen la “muchedumbre de creyentes”. El “sí” de
María a Dios es el acto de amor perfecto que la humanidad ya ha dado a Dios. La
vida de la Iglesia continúa y actualiza el "sí" de María a Dios, y
“se manifiesta sobre todo en la santidad del amor y en la vida evangélica del
creyente”4. Para la cristiandad el encuentro con el Misterio del amor implica
la conversión al amor.
La explicación de la estructura organizativa de la Iglesia se
describe mediante el principio petrino que fundamenta la unidad institucional.
La relación de Pedro con Jesús en los inicios de la comunidad eclesial, en la
fundación de la Iglesia, pone de manifiesto el deseo de Jesús de que Pedro sea
quien presida en la caridad y sea el centro de la unión de todos.
“El perfil petrino lo viven hoy el Papa y todo el colegio
apostólico, con la ayuda de los presbíteros y de los diáconos, dóciles a la
acción del Espíritu, que dirige a través de ellos la nave de la Iglesia” 5.
La explicación de la esencia de la Iglesia destaca el
principio mariano que describe los fundamentos en los que se apoya la santidad
de la Iglesia.
El perfil mariano, lo viven todos los fieles, todos los
carismas, todos los profetas, todo el amor que se derrama en el mundo cuando se
vive la Palabra, sin recortes ni compromisos, y cuando se deja actuar al
Espíritu para que mueva los corazones de los fieles. No son dos polos en
tensión, dos aspectos a equilibrar, o dos realidades dialécticas. No, son dos
rostros concretos, que se quieren, que se sirven, que se necesitan, y que se
miran en la única mirada del Señor, que ha dado la vida por ellos, y por quien
también ellos están dispuestos a dar la vida. El mundo intenta arrancárselos a
la Iglesia, para que sea una estructura de poder más, sin María; o para que sea
una corriente de entusiasmo a la deriva, sin Pedro. Pero ninguno de los dos
faltarán jamás”6.
La relación de María con Jesús en los inicios de la comunidad
pone de manifiesto que María realiza el acto de comunión más perfecto con los
planes de Jesús al aceptar hacer su voluntad. El “sí” de María constituye una
Alianza. Este es el motivo por el que podemos hablar de “rostro mariano”
refiriéndonos a los carismas y a la santidad de la Iglesia.
Las resonancias que tiene en la vida de la Iglesia la función
de María así comprendida son numerosas: ella es el modelo para la vida del
cristiano; es el prototipo que puede contemplar la mujer para encontrar el
lugar que le corresponde en la Iglesia; es el “estilo” de los movimiento
eclesiales. María es, además, el camino que conduce al ecumenismo y al diálogo
interreligioso, es la que puede hacer que el cristianismo supere el riesgo
imperceptible de volverse inhumano y que la Iglesia supere el riesgo de
volverse funcionalista, sin alma.
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