POR FAVOR PREPAREMOS PARA LA DISCUSIÓN GRUPAL DEL PRÓXIMO ENCUENTRO LOS NUMERALES DE LA CONSTITUCIÓN GAUDIUM ET SPES DEL 1 AL 8 Y DEL 40 AL 45
Unión íntima de la Iglesia con la familia humana universal
1. Los gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de
los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres
que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar
hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para
comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria
del genero humano y de su historia.
Destinatarios
de la palabra conciliar
2. Por ello, el Concilio
Vaticano II, tras haber profundizado en el misterio de la Iglesia, se dirige
ahora no sólo a los hijos de la Iglesia católica y a cuantos invocan a Cristo,
sino a todos los hombres, con el deseo de anunciar a todos cómo entiende la
presencia y la acción de la Iglesia en el mundo actual.
Tiene pues, ante sí la Iglesia
al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las
realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con
sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y
conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado,
pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio,
para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su
consumación.
Al
servicio del hombre
3. En nuestros días, el género
humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se
formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del
mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido
de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las
cosas y de la humanidad. El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el
Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad,
respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de
todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a
disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducida por
el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador. Es la persona del hombre la que
hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por
consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y
conciencia, inteligencia y voluntad, quien será el objeto central de las
explicaciones que van a seguir.
Al proclamar el Concilio la
altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece
al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la
fraternidad universal que responda a esa vocación. No impulsa a la Iglesia ambición
terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la
obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad,
para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido.
EXPOSICIÓN PRELIMINAR
SITUACIÓN DEL HOMBRE EN EL
MUNDO DE HOY
Esperanzas
y temores
4. Para cumplir esta misión es
deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e
interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada
generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la
humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la
mutua relación de ambas. Es necesario por ello conocer y comprender el mundo en
que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones y el sesgo dramático que con
frecuencia le caracteriza. He aquí algunos rasgos fundamentales del mundo
moderno.
El género humano se halla en
un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y
acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el
hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el
hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos
de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con
quienes convive. Tan es así esto, que se puede ya hablar de una verdadera
metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa.
Como ocurre en toda crisis de
crecimiento, esta transformación trae consigo no leves dificultades. Así
mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder, no siempre consigue
someterlo a su servicio. Quiere conocer con profundidad creciente su intimidad
espiritual, y con frecuencia se siente más incierto que nunca de sí mismo.
Descubre paulatinamente las leyes de la vida social, y duda sobre la
orientación que a ésta se debe dar.
Jamás el género humano tuvo a
su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y,
sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son
muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un
sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de
esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su
propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin
embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas.
Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas,
raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que
amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin
embargo, aun las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales
revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se
busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance
paralelamente el mejoramiento de los espíritus.
Afectados por tan compleja
situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los
valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los
nuevos descubrimientos. La inquietud los atormenta, y se preguntan, entre
angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo. El curso de la
historia presente en un desafío al hombre que le obliga a responder.
Cambios
profundos
5. La turbación actual de los
espíritus y la transformación de las condiciones de vida están vinculadas a una
revolución global más amplia, que da creciente importancia, en la formación del
pensamiento, a las ciencias matemáticas y naturales y a las que tratan del
propio hombre; y, en el orden práctico, a la técnica y a las ciencias de ella
derivadas. El espíritu científico modifica profundamente el ambiente cultural y
las maneras de pensar. La técnica con sus avances está transformando la faz de
la tierra e intenta ya la conquista de los espacios interplanetarios.
También sobre el tiempo
aumenta su imperio la inteligencia humana, ya en cuanto al pasado, por el
conocimiento de la historia; ya en cuanto al futuro, por la técnica prospectiva
y la planificación. Los progresos de las ciencias biológicas, psicológicas y
sociales permiten al hombre no sólo conocerse mejor, sino aun influir
directamente sobre la vida de las sociedades por medio de métodos técnicos. Al
mismo tiempo, la humanidad presta cada vez mayor atención a la previsión y
ordenación de la expansión demográfica.
La propia historia está
sometida a un proceso tal de aceleración, que apenas es posible al hombre
seguirla. El género humano corre una misma suerte y no se diversifica ya en
varias historias dispersas. La humanidad pasa así de una concepción más bien
estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge un
nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis.
Cambios
en el orden social
6. Por todo ello, son cada día
más profundos los cambios que experimentan las comunidades locales
tradicionales, como la familia patriarcal, el clan, la tribu, la aldea, otros
diferentes grupos, y las mismas relaciones de la convivencia social.
El tipo de sociedad industrial
se extiende paulatinamente, llevando a algunos países a una economía de
opulencia y transformando profundamente concepciones y condiciones milenarias
de la vida social. La civilización urbana tiende a un predominio análogo por el
aumento de las ciudades y de su población y por la tendencia a la urbanización,
que se extiende a las zonas rurales.
Nuevos y mejores medios de
comunicación social contribuyen al conocimiento de los hechos y a difundir con
rapidez y expansión máximas los modos de pensar y de sentir, provocando con
ello muchas repercusiones simultáneas.
Y no debe subestimarse el que
tantos hombres, obligados a emigrar por varios motivos, cambien su manera de
vida.
De esta manera, las relaciones
humanas se multiplican sin cesar y el mismo tiempo la propia socialización crea
nuevas relaciones, sin que ello promueva siempre, sin embargo, el adecuado
proceso de maduración de la persona y las relaciones auténticamente personales
(personalización).
Esta evolución se manifiesta
sobre todo en las naciones que se benefician ya de los progresos económicos y
técnicos; pero también actúa en los pueblos en vías de desarrollo, que aspiran
a obtener para sí las ventajas de la industrialización y de la urbanización.
Estos últimos, sobre todo los que poseen tradiciones más antiguas, sienten
también la tendencia a un ejercicio más perfecto y personal de la libertad.
Cambios
psicológicos, morales y religiosos
7. El cambio de mentalidad y
de estructuras somete con frecuencia a discusión las ideas recibidas. Esto se
nota particularmente entre jóvenes, cuya impaciencia e incluso a veces
angustia, les lleva a rebelarse. Conscientes de su propia función en la vida
social, desean participar rápidamente en ella. Por lo cual no rara vez los
padres y los educadores experimentan dificultades cada día mayores en el
cumplimiento de sus tareas.
Las instituciones, las leyes,
las maneras de pensar y de sentir, heredadas del pasado, no siempre se adaptan
bien al estado actual de cosas. De ahí una grave perturbación en el
comportamiento y aun en las mismas normas reguladoras de éste.
Las nuevas condiciones ejercen
influjo también sobre la vida religiosa. Por una parte, el espíritu crítico más
agudizado la purifica de un concepto mágico del mundo y de residuos supersticiosos
y exige cada vez más una adhesión verdaderamente personal y operante a la fe,
lo cual hace que muchos alcancen un sentido más vivo de lo divino. Por otra
parte, muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la
religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas
pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no
rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo.
En muchas regiones esa negación se encuentra expresada no sólo en niveles
filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la
interpretación de las ciencias humanas y de la historia y la misma legislación
civil. Es lo que explica la perturbación de muchos.
Los
desequilibrios del mundo moderno
8. Una tan rápida mutación,
realizada con frecuencia bajo el signo del desorden, y la misma conciencia
agudizada de las antinomias existentes hoy en el mundo, engendran o aumentan
contradicciones y desequilibrios.
Surgen muchas veces en el
propio hombre el desequilibrio entre la inteligencia práctica moderna y una
forma de conocimiento teórico que no llega a dominar y ordenar la suma de sus
conocimientos en síntesis satisfactoria. Brota también el desequilibrio entre
el afán por la eficacia práctica y las exigencias de la conciencia moral, y no
pocas veces entre las condiciones de la vida colectiva y a las exigencias de un
pensamiento personal y de la misma contemplación. Surge, finalmente, el
desequilibrio entre la especialización profesional y la visión general de las
cosas.
Aparecen discrepancias en la
familia, debidas ya al peso de las condiciones demográficas, económicas y
sociales, ya a los conflictos que surgen entre las generaciones que se van
sucediendo, ya a las nuevas relaciones sociales entre los dos sexos.
Nacen también grandes
discrepancias raciales y sociales de todo género. Discrepancias entre los
países ricos, los menos ricos y los pobres. Discrepancias, por último, entre
las instituciones internacionales, nacidas de la aspiración de los pueblos a la
paz, y las ambiciones puestas al servicio de la expansión de la propia
ideología o los egoísmos colectivos existentes en las naciones y en otras
entidades sociales.
Todo ello alimenta la mutua
desconfianza y la hostilidad, los conflictos y las desgracias, de los que el
hombre es, a la vez, causa y víctima. MISIÓN DE LA IGLESIA EN EL
MUNDO CONTEMPORÁNEO
Relación
mutua entre la Iglesia y el mundo
40. Todo lo que llevamos dicho
sobre la dignidad de la persona, sobre la comunidad humana, sobre el sentido
profundo de la actividad del hombre, constituye el fundamento de la relación
entre la Iglesia y el mundo, y también la base para el mutuo diálogo. Por
tanto, en este capítulo, presupuesto todo lo que ya ha dicho el Concilio sobre
el misterio de la Iglesia, va a ser objeto de consideración la misma Iglesia en
cuanto que existe en este mundo y vive y actúa con él.
Nacida del amor del Padre
Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo,
la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el
mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Está presente ya aquí en la tierra,
formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena que tienen la
vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los
hijos de Dios, que ha de ir aumentando sin cesar hasta la venida del Señor.
Unida ciertamente por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos,
esta familia ha sido "constituida y organizada por Cristo como sociedad en
este mundo" y está dotada de "los medios adecuados propios de una
unión visible y social". De esta forma, la Iglesia, "entidad social
visible y comunidad espiritual", avanza juntamente con toda la humanidad,
experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como
fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y
transformarse en familia de Dios.
Esta compenetración de la
ciudad terrena y de la ciudad eterna sólo puede percibirse por la fe; más aún,
es un misterio permanente de la historia humana que se ve perturbado por el
pecado hasta la plena revelación de la claridad de los hijos de Dios. Al buscar
su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo comunica la vida divina al
hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el
reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona,
consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la
humanidad de un sentido y de una significación mucho más profundos. Cree la
Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera
comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre a
su historia.
La Iglesia católica de buen
grado estima mucho todo lo que en este orden han hecho y hacen las demás
Iglesias cristianas o comunidades eclesiásticas con su obra de colaboración.
Tiene asimismo la firme persuasión de que el mundo, a través de las personas
individuales y de toda la sociedad humana, con sus cualidades y actividades,
puede ayudarla mucho y de múltiples maneras en la preparación del Evangelio.
Expónense a continuación algunos principios generales para promover
acertadamente este mutuo intercambio y esta mutua ayuda en todo aquello que en
cierta manera es común a la Iglesia y al mundo.
Ayuda
que la Iglesia procura prestar a cada hombre
41. El hombre contemporáneo
camina hoy hacia el desarrollo pleno de su personalidad y hacia el
descubrimiento y afirmación crecientes de sus derechos. Como a la Iglesia se ha
confiado la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del
hombre, la Iglesia descubre con ello al hombre el sentido de la propia
existencia, es decir, la verdad más profunda acerca del ser humano. Bien sabe
la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas
del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solos los alimentos
terrenos. Sabe también que el hombre, atraído sin cesar por el Espíritu de
Dios, nunca jamás será del todo indiferente ante el problema religioso, como
los prueban no sólo la experiencia de los siglos pasados, sino también
múltiples testimonios de nuestra época. Siempre deseará el hombre saber, al
menos confusamente, el sentido de su vida, de su acción y de su muerte. La
presencia misma de la Iglesia le recuerda al hombre tales problemas; pero es
sólo Dios, quien creó al hombre a su imagen y lo redimió del pecado, el que
puede dar respuesta cabal a estas preguntas, y ello por medio de la Revelación
en su Hijo, que se hizo hombre. El que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se perfecciona
cada vez más en su propia dignidad de hombre.
Apoyada en esta fe, la Iglesia
puede rescatar la dignidad humana del incesante cambio de opiniones que, por
ejemplo, deprimen excesivamente o exaltan sin moderación alguna el cuerpo
humano. No hay ley humana que pueda garantizar la dignidad personal y la
libertad del hombre con la seguridad que comunica el Evangelio de Cristo,
confiado a la Iglesia. El Evangelio enuncia y proclama la libertad de los hijos
de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan, en última instancia, del
pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión;
advierte sin cesar que todo talento humano debe redundar en servicio de Dios y
bien de la humanidad; encomienda, finalmente, a todos a la caridad de todos.
Esto corresponde a la ley fundamental de la economía cristiana. Porque, aunque
el mismo Dios es Salvador y Creador, e igualmente, también Señor de la historia
humana y de la historia de la salvación, sin embargo, en esta misma ordenación
divina, la justa autonomía de lo creado, y sobre todo del hombre, no se
suprime, sino que más bien se restituye a su propia dignidad y se ve en ella
consolidada.
La Iglesia, pues, en virtud
del Evangelio que se le ha confiado, proclama los derechos del hombre y reconoce
y estima en mucho el dinamismo de la época actual, que está promoviendo por
todas partes tales derechos. Debe, sin embargo, lograrse que este movimiento
quede imbuido del espíritu evangélico y garantizado frente a cualquier
apariencia de falsa autonomía. Acecha, en efecto, la tentación de juzgar que
nuestros derechos personales solamente son salvados en su plenitud cuando nos
vemos libres de toda norma divina. Por ese camino, la dignidad humano no se
salva; por el contrario, perece.
Ayuda
que la Iglesia procura dar a la sociedad humana
42. La unión de la familia
humana cobra sumo vigor y se completa con la unidad, fundada en Cristo, de la
familia constituida por los hijos de Dios.
La misión propia que Cristo
confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le
asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa
derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y
consolidar la comunidad humana según la ley divina. Más aún, donde sea
necesario, según las circunstancias de tiempo y de lugar, la misión de la
Iglesia puede crear, mejor dicho, debe crear, obras al servicio de todos,
particularmente de los necesitados, como son, por ejemplo, las obras de
misericordia u otras semejantes.
La Iglesia reconoce, además,
cuanto de bueno se halla en el actual dinamismo social: sobre todo la evolución
hacia la unidad, el proceso de una sana socialización civil y económica. La
promoción de la unidad concuerda con la misión íntima de la Iglesia, ya que
ella es "en Cristo como sacramento, o sea signo e instrumento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano". Enseña así al
mundo que la genuina unión social exterior procede de la unión de los espíritus
y de los corazones, esto es, de la fe y de la caridad, que constituyen el
fundamento indisoluble de su unidad en el Espíritu Santo. Las energías que la
Iglesia puede comunicar a la actual sociedad humana radican en esa fe y en esa
caridad aplicadas a la vida práctica. No radican en el mero dominio exterior
ejercido con medios puramente humanos.
Como, por otra parte, en
virtud de su misión y naturaleza, no está ligada a ninguna forma particular de
civilización humana ni a sistema alguno político, económico y social, la
Iglesia, por esta su universalidad, puede constituir un vínculo estrechísimo entre
las diferentes naciones y comunidades humanas, con tal que éstas tengan
confianza en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir
tal misión. Por esto, la Iglesia advierte a sus hijos, y también a todos los
hombres, a que con este familiar espíritu de hijos de Dios superen todas las
desavenencias entre naciones y razas y den firmeza interna a las justas
asociaciones humanas.
El Concilio aprecia con el
mayor respeto cuanto de verdadero, de bueno y de justo se encuentra en las
variadísimas instituciones fundadas ya o que incesantemente se fundan en la
humanidad. Declara, además, que la Iglesia quiere ayudar y fomentar tales
instituciones en lo que de ella dependa y puede conciliarse con su misión
propia. Nada desea tanto como desarrollarse libremente, en servicio de todos,
bajo cualquier régimen político que reconozca los derechos fundamentales de la
persona y de la familia y los imperativos del bien común.
Ayuda que la Iglesia, a través
de sus hijos,
procura prestar al dinamismo
humano
43. El Concilio exhorta a los
cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir
con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu
evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí
ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las
tareas temporales, sin darse cuanta que la propia fe es un motivo que les
obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal
de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario,
piensan que pueden entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando
que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de
determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de
muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra
época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia
semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente
conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones
artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y
la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones
temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus
obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguiendo el
ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de
poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del
esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores
religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios.
Competen a los laicos
propiamente, aunque no exclusivamente, las tareas y el dinamismo seculares.
Cuando actúan, individual o colectivamente, como ciudadanos del mundo, no
solamente deben cumplir las leyes propias de cada disciplina, sino que deben
esforzarse por adquirir verdadera competencia en todos los campos. Gustosos colaboren
con quienes buscan idénticos fines. Conscientes de las exigencias de la fe y
vigorizados con sus energías, acometan sin vacilar, cuando sea necesario,
nuevas iniciativas y llévenlas a buen término. A la conciencia bien formada del
seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. De los
sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e impulso espiritual,. Pero
no piensen que sus pastores están siempre en condiciones de poderles dar
inmediatamente solución concreta en todas las cuestiones, aun graves, que
surjan. No es ésta su misión. Cumplen más bien los laicos su propia función con
la luz de la sabiduría cristiana y con la observancia atenta de la doctrina del
Magisterio.
Muchas veces sucederá que la
propia concepción cristiana de la vida les inclinará en ciertos casos a elegir
una determinada solución. Pero podrá suceder, como sucede frecuentemente y con
todo derecho, que otros fieles, guiados por una no menor sinceridad, juzguen
del mismo asunto de distinta manera. En estos casos de soluciones divergentes
aun al margen de la intención de ambas partes, muchos tienen fácilmente a
vincular su solución con el mensaje evangélico. Entiendan todos que en tales
casos a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer
la autoridad de la Iglesia. Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un
diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial pro el
bien común.
Los laicos, que desempeñan
parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a
cristianizar el mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos
de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana.
Los Obispos, que han recibido
la misión de gobernar a la Iglesia de Dios, prediquen, juntamente con sus
sacerdotes, el mensaje de Cristo, de tal manera que toda la actividad temporal
de los fieles quede como inundada por la luz del Evangelio. Recuerden todos los
pastores, además, que son ellos los que con su trato y su trabajo pastoral
diario exponen al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los
hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano. Con su vida y
con sus palabras, ayudados por los religiosos y por sus fieles, demuestren que
la Iglesia, aun por su sola presencia, portadora de todos sus dones, es fuente
inagotable de las virtudes de que tan necesitado anda el mundo de hoy.
Capacítense con insistente afán para participar en el diálogo que hay que
entablar con el mundo y con los hombres de cualquier opinión. Tengan sobre todo
muy en el corazón las palabras del Concilio: "Como el mundo entero tiende
cada día más a la unidad civil, económica y social, conviene tanto más que los
sacerdotes, uniendo sus esfuerzos y cuidados bajo la guía de los Obispos y del
Sumo Pontífice, eviten toda causa de dispersión, para que todo el género humano
venga a la unidad de la familia de Dios".
Aunque la Iglesia, pro la
virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel de su Señor y nunca
ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe, sin embargo, muy bien
que no siempre, a lo largo de su prolongada historia, fueron todos sus
miembros, clérigos o laicos, fieles al espíritu de Dios. Sabe también la
Iglesia que aún hoy día es mucha la distancia que se da entre el mensaje que ella
anuncia y la fragilidad humana de los mensajeros a quienes está confiado el
Evangelio. Dejando a un lado el juicio de la historia sobre estas deficiencias,
debemos, sin embargo, tener conciencia de ellas y combatirlas con máxima
energía para que no dañen a la difusión del Evangelio. De igual manera
comprende la Iglesia cuánto le queda aún por madurar, por su experiencia de
siglos, en la relación que debe mantener con el mundo. Dirigida por el Espíritu
Santo, la Iglesia, como madre, no cesa de "exhortar a sus hijos a la
purificación y a la renovación para que brille con mayor claridad la señal de
Cristo en el rostro de la Iglesia".
Ayuda
que la Iglesia recibe del mundo moderno
44. Interesa al mundo
reconocer a la Iglesia como realidad social y fermento de la historia. De igual
manera, la Iglesia reconoce los muchos beneficios que ha recibido de la
evolución histórica del género humano.
La experiencia del pasado, el
progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, permiten
conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y
aprovechan también a la Iglesia. Esta, desde el comienzo de su historia,
aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de
cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a
fin de adaptar el Evangelio a nivel del saber popular y a las exigencias de los
sabios en cuanto era posible. Esta adaptación de la predicación de la palabra
revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización. Porque así en
todos los pueblos se hace posible expresar el mensaje cristiano de modo
apropiado a cada uno de ellos y al mismo tiempo se fomenta un vivo intercambio
entre la Iglesia y las diversas culturas. Para aumentar este trato sobre todo
en tiempos como los nuestros, en que las cosas cambian tan rápidamente y tanto
varían los modos de pensar, la Iglesia necesita de modo muy peculiar la ayuda
de quienes por vivir en el mundo, sean o no sean creyentes, conocen a fondo las
diversas instituciones y disciplinas y comprenden con claridad la razón íntima
de todas ellas. Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los
pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda
del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz
de la palabra divina, a fin de que la Verdad revelada pueda ser mejor
percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada.
La Iglesia, por disponer de
una estructura social visible, señal de su unidad en Cristo, puede
enriquecerse, y de hecho se enriquece también, con la evolución de la vida
social, no porque le falte en la constitución que Cristo le dio elemento
alguno, sino para conocer con mayor profundidad esta misma constitución, para
expresarla de forma más perfecta y para adaptarla con mayor acierto a nuestros
tiempos. La Iglesia reconoce agradecida que tanto en el conjunto de su
comunidad como en cada uno de sus hijos recibe ayuda variada de parte de los
hombres de toda clase o condición. Porque todo el que promueve la comunidad
humana en el orden de la familia, de la cultura, de la vida económico-social,
de la vida política, así nacional como internacional, proporciona no pequeña
ayuda, según el plan divino, también a la comunidad eclesial, ya que ésta depende
asimismo de las realidades externas. Más aún, la Iglesia confiesa que le han
sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun
la persecución de sus contrarios.
Cristo,
alfa y omega
45. La Iglesia, al prestar
ayuda al mundo y al recibir del mundo múltiple ayuda, sólo pretende una cosa:
el advenimiento del reino de Dios y la salvación de toda la humanidad. Todo el
bien que el Pueblo de Dios puede dar a la familia humana al tiempo de su
peregrinación en la tierra, deriva del hecho de que la Iglesia es
"sacramento universal de salvación", que manifiesta y al mismo tiempo
realiza el misterio del amor de Dios al hombre.
El Verbo de Dios, por quien
todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvará a todos y
recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto
de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la
civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total
de sus aspiraciones. El es aquel a quien el Padre resucitó, exaltó y colocó a
su derecha, constituyéndolo juez de vivos y de muertos. Vivificados y reunidos
en su Espíritu, caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia
humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: "Restaurar en
Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra" (Eph 1,10).
He aquí que dice el Señor:
"Vengo presto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus
obra. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el
fin" (Apoc 22,12-13).
No hay comentarios:
Publicar un comentario